Refiere la historia que en el año 717 las gentes de los pueblos del norte y otros muchos cristianos fugitivos del resto de la península lograron detener en las montañas de Covadonga la invasión árabe y, tras esa épica batalla, instaurar el reino cristiano de las Asturias. A raíz de todo ello, la cordillera asturiana se erigió durante aproximadamente un siglo como frontera y, además, muralla natural que disuadía de cualquier otro conato de conquista. Sin embargo, no por ello dejaron de darse razias árabes en tierras cristianas. Los valles fluviales fueron las vías naturales más favorables de penetración de aquellos invasores, y las épocas de la recolección, previas a la climatología invernal, eran los tiempos proclives para sus aceifas.
Dentro del reino asturiano nos merece una consideración particular la comarca de Liébana; la cual por aquel entonces abarcaba también el valle de Polaciones y La Pernía. Los valles norteños lebaniegos fueron lugar de refugio de gran número de cristianos de toda la península huidos de la invasión árabe y, especialmente la vertiente sur de la cordillera, fue confín meridional de ese reino. El carácter fronterizo y, por tanto, hostil de esta comarca cismontana conllevó su casi despoblación y obligó a su reforzamiento militar. Con este fin y aprovechando el valor estratégico de sus crestas montañosas, se erigieron sobre ellas fortificaciones para albergue de tropa cristiana.
En la actualidad se constatan vestigios de castros de ese cinturón defensivo, cuando menos, en varios altozanos de las sierras de Corisa y de F.ijar. Por su situación y su altura, ambas cordilleras resultaban estratégicas, puesto que la sierra de F.ijar se ubicaba entre los valles fluviales del Ebro y del Pisuerga, mientras que la sierra de Corisa actuaba como muralla natural que obstaculizaba el paso hacia Liébana por este último valle. Por las características de las construcciones, cabe intuir que la ocupación militar de estos asentamientos no era estable, sino que se ceñía a aquellas épocas del año proclives a las aceifas.
El condado asturiano de Liébana y sus alfoces
de Piedras Negras y Cervera
Quizá la condición de refugio de gentes de los valles trasmontanos lebaniegos y el carácter fronterizo de la comarca cismontana fueron las razones por las que se confirió a un conde del reino asturiano (comes) autoridad militar, administrativa y judicial sobre Liébana. Más aún, quizá la peculiaridad fronteriza y estratégica de la referida comarca sureña de aquel condado asturiano quizá fuese el motivo por el que se constituyeron los alfoces (territoria) de Peñas Negras y Cervera, desde cuyos castillos ‘tenentes’ nombrados por el conde lebaniego gobernaban las localidades bajo su dominio (suburbia castellorum).
Piedras Negras (Petras Nigras) fue en su origen un baluarte defensivo del Reino de Asturias que se erigió aprovechando la situación estratégica del alto de las Matas y la defensa natural que proporcionaba la geología caprichosa de ese lugar: entre dos crestones de roca paralelos que despuntan sobre la línea de cumbre. El dominio del alfoz de Piedras Negras abarcaba toda la cuenca del Pisuerga que se situaba tras de ese bastión, esto es, las comarcas que hoy día son denominadas La Pernía y Castillería. La localidad de Piedras Negras se despobló a finales de la Edad Media, entre otras razones, por el descenso demográfico causado por la Peste Negra durante la segunda mitad del siglo XIV.
El alfoz de Cervera (Cirvaria o Zerbaria) tuvo su principal baluarte en la cumbre del cerro en cuya ladera se halla la iglesia parroquial, de aquí que la imagen mariana de ese templo sea venerada bajo la advocación Santa Mª del Castillo. En esa localidad existía otro bastión de menor importancia en la Peña Barrio y, quizá también por esas fechas, un tercero en Vallejera (o Vallojera). La primera constancia documental de Cervera aparece en el pacto fundacional del monasterio lebaniego de San Pedro y San Pablo de Nouroba, subscrito en el año 819 durante el reinado de Alfonso II de Asturias. No existe constancia textual de más alfoces en el resto de este territorio.
En el primer cuarto del siglo IX, como consecuencia del avance de la reconquista y el alejamiento hacia el sur de la frontera del reino cristiano, la comarca cismontana, ya pacificada, fue repoblándose de gentes del otro lado de la vertiente cantábrica, que se veían empujadas por la presión demográfica; por lo que «en estos momentos empiezan a llenarse de vida los valles que se agazapan al sur […] de los montes de Reinosa». Por el hecho de que salieron de aquellas montañas, estos advenedizos moradores fueron denominados ‘foramontanos’. La Carta-puebla de Brañosera, datada en el año 824, tambie´n del reinado del segundo Alfonso, es el testimonio escrito más significativo de esta repoblación.
La merindad de Liébana-Pernía y
el condado episcopal de Pernía
La región cismontana del Condado de Liébana o, si se prefiere, los mencionados alfoces de Piedras Negras y Cervera fueron adquiriendo una identidad diferenciada del resto de la jurisdicción condal y una progresiva vinculación a la iglesia de Palencia. En este doble proceso influyó notablemente el comercio, condicionado, a su vez, por la orografía de la comarca. Ciertos productos agrícolas de la meseta, como el trigo, el vino y el aceite, eran demandados por los lugareños de aquellas altas tierras por la dificultad que entrañaba su cultivo en montaña. Por contra, las manufacturas de la madera y de la piedra, tan abundantes en la Cordillera, encontraban en la meseta castellana su mercado propicio. Los preciados pastos estivales de montaña fueron también destino de la trashumancia de ganados de la planicie castellana y, posteriormente, de Extremadura. Más aún, la orografía más llana de la meseta privilegiaba las comunicaciones hacia el sur. El comercio hacia el norte, por el contrario, estaba más debilitado, por causa de la homogeneidad de los productos a comerciar y por la dificultad que entrañaban las montañas para las comunicaciones terrestres.
A estas razones, se añadieron otros motivos jurisdiccionales, tanto de índole eclesiástica como civil. Desde la restauración de la diócesis de Palencia en el siglo XI, su obispo gozaba de autoridad eclesiástica sobre La Braña, las localidades más septentrionales de las actuales comarcas de La Pernía, las poblaciones del valle de Río Frío, las localidades más altas del valle de Polaciones y, a modo de enclave dentro de la diócesis leonesa, el arciprestazgo de Bedoya. La jurisdicción eclesiástica del obispo de Palencia se vio reforzada en el siglo XII con la concesión de autoridad civil como Señor de una parte de las poblaciones de donde ya era obispo y de algunas otras localidades pertenecientes a la diócesis de León. Dos siglos más tarde, se llevaría a cabo la concesión del título de Condado de Pernía al mencionado Señorío del obispo de Palencia sobre aquellas localidades.
Aquella comarca también supuso en el siglo XIV el lugar de encuentro de la nueva nobleza de la familia Fernández de Velasco, Condestables de Castilla y, posteriormente, duques de Frías, con la nobleza tradicional de los Mendoza, duques del Infantado y marqueses de Santillana. La familia de los Fernández de Velasco buscaba desde su sede en Herrera de Pisuerga el acceso a los pastos estivales de aquellas montañas siguiendo la cañada segoviana. El encuentro de ambas familias se consumó a finales del siglo XV con el matrimonio de los condestables de Castilla Pedro Fernández de Velasco y Mencía de Mendoza. Sin embargo, fue una rama colateral de estas sagas, la familia de Fernández de Velasco y de la Cueva, condes de Siruela, quien desde su residencia de Cervera de Pisuerga adquirió y ejerció gran potestad sobre la comarca.
Las localidades y el ayuntamiento de La Pernía
Durante la Edad Moderna la importancia recayó en los «veinte y quatro concejos de Pernía» en detrimento de esta entidad aglutinante; por lo que ‘Pernía’ pasó a ser un mero referente territorial o histórico que confería a esas localidades cierto sentido de pertenencia y vínculo relacional con el reino de Asturias y con su antiguo condado de Liébana. Aunque por ese tiempo el término La Pernía denominaba en ocasiones únicamente a las poblaciones que se hallaban en la cuenca más alta del río Pisuerga, que coinciden con las que componen el actual municipio homónimo; eran los «doze lugares de Pernía».
Este vocablo 'Pernía' desapareció de la oficialidad administrativa civil a mediados del siglo XIX; más aún, de esos doce concejos, ocho pasaron a ser municipios. Estos ocho ayuntamientos quedaron reducidos a tres alcaldías en el primer tercio del siglo pasado: Lores, Redondo-Areños y San Salvador de Cantamuda. Sin embargo, en 1976 se retomó el nombre histórico de ‘La Pernía’ como denominación de un único ayuntamiento que agrupaba esas doce localidades. Por contra, el condado episcopal de La Pernía se mantuvo, cuando menos nominalmente, hasta el concilio Vaticano II, que prohibió los señoríos eclesiásticos.
El origen del nombre de La Pernía
La constitución de la comarca cismontana del condado asturiano de Liébana como entidad administrativa independiente requirió una denominación propia, que, en este caso, fue el nombre de ‘Pernía’ o ‘La Pernía’. El primer testimonio escrito de este vocablo proviene, como se ha dicho, al siglo XII. Aunque se carece de documentación que nos refiera con certeza su origen y significado primigenio, cabe la posibilidad de intuirlos, siempre que se parta de la premisa de que ‘Pernía’ es un término románico.
Partiendo de este supuesto, ante todo, se ha de descartar su relación con la raíz latina pern‑, que significa ‘pierna’, por la dificultad de vincular este significado a un término geográfico o entidad administrativa. Así, pues, cabe suponer entonces que el vocablo 'Pernía' surgiese de la raíz latina clásica penn- (o pinn-), que se podría traducir como 'ala' o 'almena'. De esta raíz surgieron en el medievo los vocablos penna, pena, pinna o, más significativamente, penia, que adquirieron en esa misma época también las acepciones de '’peña’ o de 'fortaleza'.
Descartando el primero de estos dos significados medievales, nos decantamos por que 'Pernía’ significase en su origen 'fortaleza' o, si tomásemos su terminación final como un sufijo distinto, esto es, penna-, pena-, pinna-, penia- + -ia (=comarca, región, país,…), entonces 'Pernía' significaría 'comarca o región fortificada'. Este término seguiría, pues, una significación análoga al locativo 'Castillería', que es el nombre de una comarca limítrofe al actual municipio de la Pernía y que por aquel entonces formaba parte de la merindad Liébana-Pernía. Todo hace pensar que 'Castillería' significaba en su origen 'comarca o región de castillos o pequeños castros fortificados'.
Esta interpretación se adecua al hecho de que, como se ha dicho, durante el primer siglo del Reino de Asturias, cuando aquellas montañas eran frontera y defensa natural del reino asturiano, se reforzó el valor defensivo de la orografía. A este fin se construyeron castros sobre los altozanos, para albergue de guarnición en las épocas del año proclives a las incursiones y al saqueo. Aquellos baluartes sobre las cimas montañosas fueron, pues, los que, a nuestro juicio, dieron nombre a ‘La Pernía’.